sábado, 17 de septiembre de 2016

Vida de amigas, sha la la la...



La adoro.
Es otra de mis reinas.

Es inteligente, vital, emprendedora, emprendedora de verdad, y está chiflada aunque no pierde nunca de vista que los piés tienen que estar sobre la tierra, al menos los suyos.
Se mete en mil líos, en mil proyectos, y claro, no puede hacer los mil, pero hace cien, que no está nada mal pero que nada.

Se supera, se autosupera, y es buena.
Discutimos de vez en cuando, discutimos, pero al cuarto de hora, o ella me da un achuchón a mí o se lo doy yo a ella.

En fin, es valiente y estoy orgullosa de su cabeza y de su corazón. Vale infinitamente más que lo que hay a su alrededor y más allá y pelea por cosas importantes.


Todavía no habíamos cumplido la mayoría de edad cuando nos conocimos.

Recuerdo un día en la la playa, en su casa; ella reunió a varias de sus amigas, a algunas de sus mejores amigas. Fue un fin de semana divertido.
Vino alemán calentujo, persecución femenina al guarda de la urbanización, a saber, cinco o seís chicas, una de ellas con una pierna escayolada, así que coja y con una muleta, de noche y con ganas de reírnos -¿para qué quieres más?-, y tangos a las tantas de la madrugada ...
Yo creo que el chico estaba pasmado. Pobre hombre. A mí me daba igual aquello pero era divertido ser una chica de esa forma, como en una película con guión de despedida de soltera o de universitarias en su primer año -que era más o menos nuestro caso- un guión de película americana americana, pero con otra sustancia, había algo diferente, sería el continente.


Pues al final quedamos hace unas semanas: “que si quedamos hoy, que si mañana...vale, hoy”.

Y nos fuimos a un sitio de moda. Yo estaba un poco cabreada porque estaba lleno y porque no se podía fumar pero sobre todo porque la encargada de darnos mesa nos agobiaba y apremiaba. “¡Puf! Qué se tranquilice!” le decía a Violeta. “Espérese un poquico”, acabé diciéndole a la empleada con muy mala leche.

Pues que si esto que si lo otro, poniéndonos al día sin tonterías porque teníamos sólo un par de horas. Disparate por aquí, disparate por allá, risas, fotos, profundidades, más disparates, planes, más planes, discusiones... ella decía A, y yo decía que no A, y ella seguía con A, y yo que no quería A y, al final, cogiéndola del brazo y haciendo que me mirara, le dije:
  • Que no quiero A, que no me interesa A.
  • Bueno, vale, A no, B o C - dijo ella.
  • Tú A, tú A, - proseguía yo- yo ya veré...
  • Y tienes que leer a Walter Benjamin.
  • Ok, ok.
  • Nos vemos muy poco, mi vida social...tenemos que proponernos vernos una vez al mes -decía Violeta.
  • Llevas toda la razón, sí, vamos a hacerlo.
  • No tiene que ser el martes 25..
  • No, eso es un poco agobiante.
  • Tenemos que llevar vida de amigas...
Pero qué bonito me sonó; mis oídos, mi cabeza y mi corazón se alegraron de inmediato y pasé del cabreo y la ansiedad al contento y a la dulzura.
  • Vida de amigas, qué bonito lo que dices, Violeta, sí, sí, tenemos que llevar vida de amigas - le dije sonriéndole.
Y ella se dio perfecta cuenta de todo esto y se sonrió también y acabamos riéndonos y haciendo más planes.

Y seguimos comiendo y hablando de blogs, de libros, de las familias y de todas esas cosas, de las cosas que teníamos en nuestras cabezas. Y eso es lo que hicimos, y con velocidad, pues las circunstancias mandaban (o el tiempo).

Luego nos dirigimos hacia la salida. Por el camino nos interceptó una chica que promocionaba perfumes; nosotras íbamos en lo nuestro pero la chica nos dio un cartoncillo publicitario con el perfume. Me lo llevé a la nariz, era maravilloso, entonces le pedí que me rociara con él en la muñeca. Hacía años que no descubría un perfume. Violeta también lo olió y también le encantó.

Y nos fuimos a otra parte a tomar un café. La camarera llevaba una frase tatuada en el brazo:
  • ¿La puedo leer si no es indiscreción? - le pregunté.
  • ¡Claro! “Que tus problemas no sean más grandes que tus sonrisas” - exclamó la camarera y se fue hacia la barra repitiéndolo alegremente en voz muy alta.
Pues quizá cursi, tópico y lo que se quiera, pero no está mal llevar la chuleta emocional encima si le funciona...

Y ya nos despedimos no sin antes enseñarme las fotos fabulosas que hace su móvil, bueno, ella con su móvil, se lo había comprado recientemente.
  • Espérate, espérate que me pinte por lo menos los labios.
Foto por aquí foto por allá, nada de esperas.
  • Mira, ésta me gusta, pareces una rockera.
¿Rockera yo?” pensé para mí.


Me llamó hace unos días:
  • ¿Te vienes a la playa? ¿Te apetece?
  • Sí, por mí estupendo.
  • ¡Genial! Pues vamos a andar, e iremos al restaurante no sé qué.. y llevo un libro no sé cual... y descansamos..
  • Vida de amigas -dije yo.
Y todas sus palabras, cargadas de ganas de disfrutar proferidas en un tono de agotamiento, se interrumpieron por una risa no muy sonora pero verdaderamente fresca y dulce.
Y a mí se me volvió a endulzar el momento.
  • Paso por tu casa y te recojo.
  • Vale.
Que si el trabajo, que si el estrés y las medidas personales que íbamos a tomar para que esto no sucediera: los buenos y necesarios propósitos. Nos lo decíamos la una a la otra a la vez que nos lo decíamos a nosotras mismas para convencernos y reforzar esos buenos y necesarios propósitos, esto lo hacíamos mientras subíamos el Puerto de La Cadena, y pasaba un coche y sus ocupantes nos miraban y nos hacían señas, y nosotras que si este conocido que si el otro... y continuábamos con que si nos devoraba el estrés y el sistema, y pasaba otro coche y nos pitaba, y luego otro que también nos pitaba, y al final pasó uno que nos hizo un gesto con la mano (el individuo casi se salía por la ventanilla al hacerlo, ¡qué pasión!) como diciéndonos que estábamos locas mientras al mismo tiempo Violeta me decía que ya estaba empezando a mosquearse: “¿llevaremos una puerta abierta o el capó?" preguntaba yo, “no sé”, respondía ella; “pásate al otro carril” le dije, y eso hizo, y entonces comprendimos que íbamos por el carril de la izquierda pisando huevos. La cosa se calmó inmediatamente.

Y que había que hacer deporte, organizarse, y aprender inglés de una vez, que se había apuntado ya a un grupo. Aprendía bastante, su profe era australiano, que el inglés hacía falta para viajar y para todo y que quería ir aquí y allá y en un momento dado dijo que le gustaba Australia.
  • ¿Australia? - dije yo con los ojos como platos girándome hacia ella.
  • Sí, me gusta Australia.
  • Pues yo de pequeña quería ser antropóloga y conocer las tribus aborígenes australianas, me fascinaban aquellos hombres, eso es lo que quería “ser de mayor” (bueno, tuve fases más inconfesables). Se lo decía a Marta y ella me decía que no me fuera tan lejos, que no me fuera, no quería que me fuera, ¡qué bien!
  • Pues yo quiero ir.
  • Pues yo se lo dije a los Yonis hace poco; habíamos planeado hace más de diez años un viaje a la Antártida que deberíamos haber hecho este año, y yo les dije que ya que estábamos que pasarámos por Australia pero me dijeron que eso no pillaba tan de paso, que era otro viaje.
  • Pues vámonos, ahorramos y nos vamos el año que viene.
  • Necesito un poco más de tiempo.
  • Vale, ahorramos y aprendemos inglés, apúntate a prácticar el inglés...
  • Sí, ya va siendo hora, si no hay que hacer ejercicios, no he podido nunca con los ejercicios de idiomas.
  • No, es práctico, hablas, te corrige, te hablan, vocabulario...es muy interactivo.




Llegamos a su casa. Por la tarde nos fuimos a la playa y por la noche cenamos en un hindú y en ésas me dijo:
  • Me gusta la especie humana, la considero verdaderamente especial y me da auténtico coraje que con las características que tenemos que se vaya a perder todo, eso no puede ser de ninguna de las manera.
  • Pues yo no lo veo así. Es verdad que tenemos algo fascinante pero también otras especies lo son de otras maneras, yo nos veo como una especie como las demás, y encima arrogante, como dice Nietzsche en Verdad y mentira. En fin, somos sólo un minuto y lo mismo que se están extinguiendo ahora mismo cientos de especies pues a nosotros nos llegará el turno, y no pasa nada, nada “unos que vienen y otros que se van”, lo que sí me joroba es que mientras que eso sucede, y disponiendo de conciencia y tecnología, pues que no seamos capaces de eliminar o frenar al menos el sufrimiento, hay mucha gente que está sufriendo mucho, deberíamos ser capaces de hacer algo con ese sufrimiento.
  • La verdad es que visto así no es tan grave lo de la extinción, en lo del sufrimiento estoy totalmente de acuerdo.

Y nos fuimos de paseo para bajar aquella cena y llegamos a los bares y nos metimos en uno ¡australiano! La gente estaba loca con un combate de boxeo, la música era viva y el pub, curiosillo.
Luego nos fuimos a un irlandés, allí había mucha marcha; las señoras salieron a bailar, los hombres se quedaron sentados salvo uno, la música era alegre y allí se estaba bien. Los irlandeses tiene algo. Y ya nos volvimos y ella se durmió y yo no pude porque de la disco de al lado de casa venía un ruido descomunal. Había cenado demasíado, me desperté fatal, ay señor, amanecía.




Desayúnabamos.
Pues ahora les tocaba a otro local cercano que había sido alquilado para una fiesta privada. Puf!, ni siesta ni nada, un escándalo.
Nos fuimos al megacentro comercial de los alrededores huyendo y por hacer de maris también. La tarde era muy agradable. Y luego nos fuimos a cenar al club naútico, nos pusimos monas. Esta vez la cena fue menos copiosa, más ligerita, pero el camarero nos llenaba la copa de vino cada dos por tres y en ésas llegaron los boleros, ¿para qué quieres más? Sabor a mí, madre mía, el rey de los boleros, o casi, y ahí empezamos a ponernos tontorronas: a ella le vinieron recuerdos de otras músicas vividas allí con seres queridos: me habló de Armando Manzanera y de otras canciones , y yo también me puse tontorrona, y más que acabamos al cascarnos por completo la botella de Albariño. 



Pongo aquí la que sonó, las otras las dejo para otro día, que puede ser sobredosis.



                                                      Eydie Gorme y Los Panchos, Sabor a mí
Jugaba al ajedrez de pequeña, su padre era un fiera jugando al ajedrez; a sus quince años, un día llegó al puerto deportivo un velero con un hombre mayor muy bien vestido, con una chaqueta marinera muy elegante con los botones cruzados y una mujer. Bajaron a tierra y no sé cómo fue pero ella acabó jugando una partida de ajedrez con aquel hombre que era ciego; se ponía nervioso, no veía casi las piezas, ella le advertía de que su jugada le iba a llevar al jaque mate, él se irritó... El hombre y la mujer se marcharon.
Ella tiene una teoría.

Y continuamos charlando:
  • ¿Te acuerdas de mi despedida de soltera por estos lares?
  • Claro.
  • Lo que nos reímos.
  • Sí, y me acuerdo de una de tus fiestas recientes, la de “Se te olvida”
  • ¡Qué risa! ¡Qué bien lo pasamos aquella noche!
Aquella noche celebrábamos su cumpleaños. Jazmín y yo le regalamos un bolso blanco, creo, y yo le grabé un CD con canciones, entre ellas estaba “Se te olvida”.
La puse. El éxito fue inmediato; Violeta y Andrea comenzaron a bailar, y yo a cantarla.
Repitieron. Yo encantada, no me canso de esa rumba.
Y volvieron a ponerla. El resto de amigos comenzaban a reírse nada nerviosos.
La cosa se animó.
Sonaron otras canciones, la cosa bajaba, pusieron otra vez “Se te olvida”, ya casi se la sabían de memoria, ahora no la bailaban, ahora la cantaban: la risa era general.
Y todavía cayó un par de veces más en la noche. Pues no fue pesado, no me explico cómo pero aquel bucle no se hizo pesado. Al año siguiente, en las mismas circunstancias, la pusieron a los diez minutos. Nadie se extrañó.

Podríamos adentrarnos otra vez en el bucle, esa rumba ya apareció en Melodías de Pascua, pero hoy será otra canción, otra de aquella noche que, en realidad, era la canción estrella del CD. Yo pensé que a ella le iba a gustar y le grabé todo aquello con mucha ilusión pero sobre todo esa canción, esa canción estaba convencida de que le iba a gustar, y le encantó ya esa noche, y todavía más veces después me lo decía con entusiasmo.



             Rufus Wainwright, Release the Stars

Bueno, vamos acabando.
Volvimos a casa después de recorrernos todos los alrededores buscando un sitio donde tomar una copa: nada, nada de nada, y nuestro plan del Chill-Out en un lugar verdaderamente magnífico de por allí se nos esfumó lo primero, ¡¡¡ OHH!!!
Y, al llegar, los de la fiesta privada seguían, puf!!!

Pues me dormí a las mil. Al día siguiente nos invitaron a una barbacoa argentina pero ya decidimos que era hora de volver, no sin recibir la visita del jardinero cortando el cesped a la hora de la siesta. 

Bueno, al coche. A los pocos minutos se encendió un piloto de forma intermitente y escuchamos un sonido agudo, una alarma: ¡vaya por Dios! ¿qué demonios pasaba ahora? Ella no es mecánico, ni hombre, y yo no sé nada de coches. No sabíamos nada de nada. “Bueno, vamos a ir tranquilas, podemos ver si hay cerca una gasolinera”, dije yo. “Creo que es el aceite”. “Allí hay una, ¿das la vuelta?” “No, a ver si llegamos”. Y nos fuimos acercando al Puerto de la Cadena. Ella frenó varias veces: “los frenos van bien”. “Bueno, ve despacio”. Empezaron a adelantarnos... “creo que nos está
pasando otra vez lo mismo” dijo ella; yo me reí, “echa por el otro carril”, “no sé cuál es el lento, voy a ir por en medio”. ¡Ja, ja, ja! Yo iba un poco acojonada, no mucho pero un poco sí, la verdad, “espero que el coche se porte bien en la bajada, sería lo que nos faltara” pensé en mis adentros sin decir ni pío, claro. Cuando salimos del puerto ya entrando en la ciudad creo que las dos sentimos alivio.
  • ¿Has leído al coreano, al de La sociedad del cansancio?
  • No, pero supe algo.
Y me fue explicando.
  • Interesante, lo voy a leer, la expresión “sociedad del cansancio” lo dice todo, lo ha clavado.
  • ¿Y la de....?
  • No, ésa no.
  • Es una reinterpretación desde un enfoque psicoanalítico de la Lolita de Nabokov.
  • ¿Una reinterpretación de la Lolita de Nabokov? No, ni la Lolita de Nabokov ni una reinterpretación, menos todavía, y encima en clave psicoanalítica, ¡ni harta de vino!
Y se echó a reír, y esta risa sí fue sonora. 





                                                                               The Kinks, Australia