La
adoro.
Es
otra de mis reinas.
Es
inteligente, vital, emprendedora, emprendedora de verdad, y está
chiflada aunque no pierde nunca de vista que los piés tienen que
estar sobre la tierra, al menos los suyos.
Se
mete en mil líos, en mil proyectos, y claro, no puede
hacer los mil, pero hace cien, que no está nada mal pero que nada.
Se
supera, se autosupera, y es buena.
Discutimos
de vez en cuando, discutimos, pero al cuarto de hora, o ella me da un
achuchón a mí o se lo doy yo a ella.
En
fin, es valiente y estoy orgullosa de su cabeza y de su corazón.
Vale infinitamente más que lo que hay a su alrededor y más allá y
pelea por cosas importantes.
Todavía
no habíamos cumplido la mayoría de edad cuando nos conocimos.
Recuerdo
un día en la la playa, en su casa; ella reunió a varias de sus
amigas, a algunas de sus mejores amigas. Fue un fin de semana
divertido.
Vino
alemán calentujo, persecución femenina al guarda de la
urbanización, a saber, cinco o seís chicas, una de ellas con una
pierna escayolada, así que coja y con una muleta, de noche y con
ganas de reírnos -¿para qué quieres más?-, y tangos a las tantas
de la madrugada ...
Yo
creo que el chico estaba pasmado. Pobre hombre. A mí me daba igual
aquello pero era divertido ser una chica de
esa forma, como
en una película con guión de despedida de soltera o de
universitarias en su primer año -que era más o menos nuestro caso-
un guión de película americana americana, pero con otra sustancia,
había algo diferente, sería el continente.
Pues al
final quedamos hace unas semanas: “que si quedamos hoy, que si
mañana...vale, hoy”.
Y nos
fuimos a un sitio de moda. Yo estaba un poco cabreada porque estaba
lleno y porque no se podía fumar pero sobre todo porque la encargada
de darnos mesa nos agobiaba y apremiaba. “¡Puf! Qué se
tranquilice!” le decía a Violeta. “Espérese un poquico”,
acabé diciéndole a la empleada con muy mala leche.
Pues que
si esto que si lo otro, poniéndonos al día sin tonterías porque
teníamos sólo un par de horas. Disparate por aquí, disparate por
allá, risas, fotos, profundidades, más disparates, planes, más
planes, discusiones... ella decía A, y yo decía que no A, y ella
seguía con A, y yo que no quería A y, al final, cogiéndola del
brazo y haciendo que me mirara, le dije:
- Que no quiero A, que no me interesa A.
- Bueno, vale, A no, B o C - dijo ella.
- Tú A, tú A, - proseguía yo- yo ya veré...
- Y tienes que leer a Walter Benjamin.
- Ok, ok.
- Nos vemos muy poco, mi vida social...tenemos que proponernos vernos una vez al mes -decía Violeta.
- Llevas toda la razón, sí, vamos a hacerlo.
- No tiene que ser el martes 25..
- No, eso es un poco agobiante.
- Tenemos
que llevar vida
de amigas...
Pero qué
bonito me sonó; mis oídos, mi cabeza y mi corazón se alegraron de
inmediato y pasé del cabreo y la ansiedad al contento y a la
dulzura.
- Vida de amigas, qué bonito lo que dices, Violeta, sí, sí, tenemos que llevar vida de amigas - le dije sonriéndole.
Y ella
se dio perfecta cuenta de todo esto y se sonrió también y acabamos
riéndonos y haciendo más planes.
Y
seguimos comiendo y hablando de blogs, de libros, de las familias y
de todas esas cosas, de las cosas que teníamos en nuestras cabezas.
Y eso es lo que hicimos, y con velocidad, pues las circunstancias
mandaban (o el tiempo).
Luego
nos dirigimos hacia la salida. Por el camino nos interceptó una
chica que promocionaba perfumes; nosotras íbamos en lo nuestro pero
la chica nos dio un cartoncillo publicitario con el perfume. Me lo
llevé a la nariz, era maravilloso, entonces le pedí que me rociara
con él en la muñeca. Hacía años que no descubría un perfume.
Violeta también lo olió y también le encantó.
Y nos
fuimos a otra parte a tomar un café. La camarera llevaba una frase
tatuada en el brazo:
- ¿La puedo leer si no es indiscreción? - le pregunté.
- ¡Claro! “Que tus problemas no sean más grandes que tus sonrisas” - exclamó la camarera y se fue hacia la barra repitiéndolo alegremente en voz muy alta.
Pues
quizá cursi, tópico y lo que se quiera, pero no está mal llevar la
chuleta emocional encima si le funciona...
Y ya nos
despedimos no sin antes enseñarme las fotos fabulosas que hace su
móvil, bueno, ella con su móvil, se lo había comprado
recientemente.
- Espérate, espérate que me pinte por lo menos los labios.
Foto por
aquí foto por allá, nada de esperas.
- Mira, ésta me gusta, pareces una rockera.
“¿Rockera
yo?” pensé para mí.
Me llamó
hace unos días:
- ¿Te vienes a la playa? ¿Te apetece?
- Sí, por mí estupendo.
- ¡Genial! Pues vamos a andar, e iremos al restaurante no sé qué.. y llevo un libro no sé cual... y descansamos..
- Vida de amigas -dije yo.
Y todas
sus palabras, cargadas de ganas de disfrutar proferidas en un tono de
agotamiento, se interrumpieron por una risa no muy sonora pero
verdaderamente fresca y dulce.
Y a mí
se me volvió a endulzar el momento.
- Paso por tu casa y te recojo.
- Vale.
Que si
el trabajo, que si el estrés y las medidas personales que íbamos a
tomar para que esto no sucediera: los buenos y necesarios propósitos.
Nos lo decíamos la una a la otra a la vez que nos lo decíamos a
nosotras mismas para convencernos y reforzar esos buenos y necesarios
propósitos, esto lo hacíamos mientras subíamos el Puerto de La
Cadena, y pasaba un coche y sus ocupantes nos miraban y nos hacían
señas, y nosotras que si este conocido que si el otro... y
continuábamos con que si nos devoraba el estrés y el sistema, y
pasaba otro coche y nos pitaba, y luego otro que también nos pitaba,
y al final pasó uno que nos hizo un gesto con la mano (el individuo
casi se salía por la ventanilla al hacerlo, ¡qué pasión!) como
diciéndonos que estábamos locas mientras al mismo tiempo Violeta me
decía que ya estaba empezando a mosquearse: “¿llevaremos una
puerta abierta o el capó?" preguntaba yo, “no sé”, respondía
ella; “pásate al otro carril” le dije, y eso hizo, y entonces
comprendimos que íbamos por el carril de la izquierda pisando
huevos. La cosa se calmó inmediatamente.
Y que
había que hacer deporte, organizarse, y aprender inglés de una vez,
que se había apuntado ya a un grupo. Aprendía bastante, su profe
era australiano, que el inglés hacía falta para viajar y para todo
y que quería ir aquí y allá y en un momento dado dijo que le
gustaba Australia.
- ¿Australia? - dije yo con los ojos como platos girándome hacia ella.
- Sí, me gusta Australia.
- Pues yo de pequeña quería ser antropóloga y conocer las tribus aborígenes australianas, me fascinaban aquellos hombres, eso es lo que quería “ser de mayor” (bueno, tuve fases más inconfesables). Se lo decía a Marta y ella me decía que no me fuera tan lejos, que no me fuera, no quería que me fuera, ¡qué bien!
- Pues yo quiero ir.
- Pues yo se lo dije a los Yonis hace poco; habíamos planeado hace más de diez años un viaje a la Antártida que deberíamos haber hecho este año, y yo les dije que ya que estábamos que pasarámos por Australia pero me dijeron que eso no pillaba tan de paso, que era otro viaje.
- Pues vámonos, ahorramos y nos vamos el año que viene.
- Necesito un poco más de tiempo.
- Vale, ahorramos y aprendemos inglés, apúntate a prácticar el inglés...
- Sí, ya va siendo hora, si no hay que hacer ejercicios, no he podido nunca con los ejercicios de idiomas.
- No, es práctico, hablas, te corrige, te hablan, vocabulario...es muy interactivo.
Llegamos
a su casa. Por la tarde nos fuimos a la playa y por la noche cenamos
en un hindú y en ésas me dijo:
- Me gusta la especie humana, la considero verdaderamente especial y me da auténtico coraje que con las características que tenemos que se vaya a perder todo, eso no puede ser de ninguna de las manera.
- Pues yo no lo veo así. Es verdad que tenemos algo fascinante pero también otras especies lo son de otras maneras, yo nos veo como una especie como las demás, y encima arrogante, como dice Nietzsche en Verdad y mentira. En fin, somos sólo un minuto y lo mismo que se están extinguiendo ahora mismo cientos de especies pues a nosotros nos llegará el turno, y no pasa nada, nada “unos que vienen y otros que se van”, lo que sí me joroba es que mientras que eso sucede, y disponiendo de conciencia y tecnología, pues que no seamos capaces de eliminar o frenar al menos el sufrimiento, hay mucha gente que está sufriendo mucho, deberíamos ser capaces de hacer algo con ese sufrimiento.
- La verdad es que visto así no es tan grave lo de la extinción, en lo del sufrimiento estoy totalmente de acuerdo.
Y nos
fuimos de paseo para bajar aquella cena y llegamos a los bares y nos
metimos en uno ¡australiano! La gente estaba loca con un combate de
boxeo, la música era viva y el pub, curiosillo.
Luego
nos fuimos a un irlandés, allí había mucha marcha; las señoras
salieron a bailar, los hombres se quedaron sentados salvo uno, la
música era alegre y allí se estaba bien. Los irlandeses tiene algo.
Y ya nos volvimos y ella se durmió y yo no pude porque de la disco
de al lado de casa venía un ruido descomunal. Había cenado
demasíado, me desperté fatal, ay señor, amanecía.
Desayúnabamos.
Pues
ahora les tocaba a otro local cercano que había sido alquilado para
una fiesta privada. Puf!, ni siesta ni nada, un escándalo.
Nos
fuimos al megacentro comercial de los alrededores huyendo y por hacer
de maris también. La tarde era muy agradable. Y luego nos fuimos a
cenar al club naútico, nos pusimos monas. Esta vez la cena fue menos
copiosa, más ligerita, pero el camarero nos llenaba la copa de vino
cada dos por tres y en ésas llegaron los boleros, ¿para qué
quieres más? Sabor
a mí, madre
mía, el rey de los boleros, o casi, y ahí empezamos a ponernos
tontorronas: a ella le vinieron recuerdos de otras músicas vividas
allí con seres queridos: me habló de Armando Manzanera y de otras
canciones , y yo también me puse tontorrona, y más que acabamos al
cascarnos por completo la botella de Albariño.
Pongo
aquí la que sonó, las otras las dejo para otro día, que puede ser
sobredosis.
Eydie Gorme y Los Panchos, Sabor a mí
Jugaba
al ajedrez de pequeña, su padre era un fiera jugando al ajedrez; a
sus quince años, un día llegó al puerto deportivo un velero con un
hombre mayor muy bien vestido, con una chaqueta marinera muy elegante
con los botones cruzados y una mujer. Bajaron a tierra y no sé cómo
fue pero ella acabó jugando una partida de ajedrez con aquel hombre
que era ciego; se ponía nervioso, no veía casi las piezas, ella le
advertía de que su jugada le iba a llevar al jaque mate, él se
irritó... El hombre y la mujer se marcharon.
Ella
tiene una teoría.
Y
continuamos charlando:
- ¿Te acuerdas de mi despedida de soltera por estos lares?
- Claro.
- Lo que nos reímos.
- Sí, y me acuerdo de una de tus fiestas recientes, la de “Se te olvida”
- ¡Qué risa! ¡Qué bien lo pasamos aquella noche!
Aquella
noche celebrábamos su cumpleaños. Jazmín y yo le regalamos un
bolso blanco, creo, y yo le grabé un CD con canciones, entre ellas
estaba “Se te olvida”.
La puse.
El éxito fue inmediato; Violeta y Andrea comenzaron a bailar, y yo a
cantarla.
Repitieron.
Yo encantada, no me canso de esa rumba.
Y
volvieron a ponerla. El resto de amigos comenzaban a reírse nada
nerviosos.
La cosa
se animó.
Sonaron
otras canciones, la cosa bajaba, pusieron otra vez “Se te olvida”,
ya casi se la sabían de memoria, ahora no la bailaban, ahora la
cantaban: la risa era general.
Y
todavía cayó un par de veces más en la noche. Pues no fue pesado,
no me explico cómo pero aquel bucle no se hizo pesado. Al año
siguiente, en las mismas circunstancias, la pusieron a los diez
minutos. Nadie se extrañó.
Podríamos
adentrarnos otra vez en el bucle, esa rumba ya apareció en Melodías
de Pascua, pero
hoy será otra canción, otra de aquella noche que, en realidad, era
la canción estrella del CD. Yo pensé que a ella le iba a gustar y
le grabé todo aquello con mucha ilusión pero sobre todo esa
canción, esa canción estaba convencida de que le iba a gustar, y le
encantó ya esa noche, y todavía más veces después me lo decía con
entusiasmo.
Rufus Wainwright, Release the Stars
Bueno,
vamos acabando.
Volvimos
a casa después de recorrernos todos los alrededores buscando un
sitio donde tomar una copa: nada, nada de nada, y nuestro plan del
Chill-Out en un lugar verdaderamente magnífico de por allí se nos
esfumó lo primero, ¡¡¡ OHH!!!
Y, al
llegar, los de la fiesta privada seguían, puf!!!
Pues me
dormí a las mil. Al día siguiente nos invitaron a una barbacoa
argentina pero ya decidimos que era hora de volver, no sin recibir la
visita del jardinero cortando el cesped a la hora de la siesta.
Bueno,
al coche. A los pocos minutos se encendió un piloto de forma
intermitente y escuchamos un sonido agudo, una alarma: ¡vaya por
Dios! ¿qué demonios pasaba ahora? Ella no es mecánico, ni hombre,
y yo no sé nada de coches. No sabíamos nada de nada. “Bueno,
vamos a ir tranquilas, podemos ver si hay cerca una gasolinera”,
dije yo. “Creo que es el aceite”. “Allí hay una, ¿das la
vuelta?” “No, a ver si llegamos”. Y nos fuimos acercando al
Puerto de la Cadena. Ella frenó varias veces: “los frenos van
bien”. “Bueno, ve despacio”. Empezaron a adelantarnos... “creo
que nos está
pasando
otra vez lo mismo” dijo ella; yo me reí, “echa por el otro
carril”, “no sé cuál es el lento, voy a ir por en medio”.
¡Ja, ja, ja! Yo iba un poco acojonada, no mucho pero un poco sí, la
verdad, “espero que el coche se porte bien en la bajada, sería lo
que nos faltara” pensé en mis adentros sin decir ni pío, claro.
Cuando salimos del puerto ya entrando en la ciudad creo que las dos
sentimos alivio.
- ¿Has leído al coreano, al de La sociedad del cansancio?
- No, pero supe algo.
Y me fue
explicando.
- Interesante, lo voy a leer, la expresión “sociedad del cansancio” lo dice todo, lo ha clavado.
- ¿Y la de....?
- No, ésa no.
- Es una reinterpretación desde un enfoque psicoanalítico de la Lolita de Nabokov.
- ¿Una reinterpretación de la Lolita de Nabokov? No, ni la Lolita de Nabokov ni una reinterpretación, menos todavía, y encima en clave psicoanalítica, ¡ni harta de vino!
Y se
echó a reír, y esta risa sí fue sonora.
The Kinks, Australia