lunes, 9 de enero de 2017

Amigos de cine

Pues en aquel salón en una esquina estaba el frigorífico y en otra la tele.

Me chiflaba el cine, no es que me gustara, es que me chiflaba: las comedias, los dramas, los musicales, todo.

A mi padre también le gustaba y había visto bastante cine así que cuando ponían una película por la noche, que entonces sólo había dos cadenas, pues muchas veces las había visto ya. Y esto era importante para mí porque en aquellos tiempos las películas eran calificadas con un rombo las que eran para mayores de catorce años, con dos rombos para los mayores de dieciocho años y el resto para todos los públicos.

Y yo tendría ocho, diez, doce años. Una jodienda.

Mi padre me dejaba ver aquellas que él consideraba que no tenían problema. Las de un rombo era prácticamente seguro que las iba a poder ver, no así con las de dos rombos, ahí me la jugaba y esperaba expectante, pero mucho, a ver que iba a pasar conmigo la noche de turno. Él lo sabía y me dejaba ver bastantes pero alguna vez no:“no, ésta no, ésta no, ya verás otra...” Y recuerdo llorar de la emoción cuando el resultado era un sí. ¡Madre mía! ¡Qué exageraica era! ¡Menudo trabajo tendría el pobre para decirme que no!

Y luego, ¡a disfrutarlas! Comentábamos las escenas, nos reíamos y de vez en cuando hacía comentarios de los directores y de los actores. Y yo por aquellos entonces, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, ¿qué iba a querer ser?: ¡pues actriz!




No recuerdo el momento en que nos conocimos, hablo de Gillermo, no de mi padre (perdón por la tontería). El primer momento que recuerdo de su persona fue bañándonos en una piscina una tarde de verano de hace muchísimo tiempo, yo tenía diecinueve años y charlabamos dentro del agua. Como yo no hacía pie estaba subida en una hilera de boyas intentando de todas las formas y movimientos posibles mantener el equilibrio a la par que hablábamos de esto y de lo otro. Estaba estudiando cine y entre sus proyectos estaba el dirigir cortos y películas:
  • ¿Me vas a sacar en una película? - le pregunté sin poderme resistir.
  • Sí - me contesto.
Y ya no pudimos seguir la conversación porque, definitivamente, perdí el equilibrio (y en qué momentito) y me caí de espaldas, hacia atrás, dándome un capuzón de lo más ridículo. Ay, señor.
Bueno, mientras estaba completamente sumergida en el agua me dio tiempo a que me diera vergüenza salir y a pensar en la cara con la que me encontraría a Guillermo cuando toda yo emergiera: “Ya veremos la cara que tiene éste ahora...”




Pues no, no se estaba riendo, tampoco estaba serio, estaba natural, educado, y yo le agradecí en mis adentros que no se riera de aquella escena que no era para otra cosa. Ahora sí que me río y, cuando alguna vez lo hemos comentado, él también, pero en ese momento, no, no se rió. Y seguimos con lo de la película pero no me acuerdo. Cómica, desde luego, digo yo que pensaría él y pienso yo, habría tenido que ser una película cómica a tenor de aquellos hechos.

Bueno. Luego nuestras familias veranearon en el mismo lugar, en El Pequeño Azul, y allí nos veíamos después de cenar que quedábamos para ir a bailar. No lo baílabamos todo, éramos un poco sibaritas pero desde luego, antes o después saltábamos a la pista; en el fondo esperábamos que el DJ pusiera a Bowie o a Madness, cuando escuchábamos los primeros sones nos faltaba tiempo para subir a aquella pérgola que hacía de pista de baile.

Y luego vinieron tiempos difíciles, complicados, y pasaron temporadas muy largas de todo tipo. Algunas temporadas vivía en la ciudad y otras no pero antes o después acabábamos viéndonos, junto con Moh y con Jazmín, fuera donde fuera. Y sigue siendo así.

Y hemos visto películas juntos, muchas, de todos los géneros y de todas las épocas y de directores muy diferentes. Veíamos esto y veíamos lo otro pero de vez en cuando nos dábamos el gusto de un superclásico, ahí no había problemas para decidir qué se veía aquella tarde: Howard Hawks, Lubitsch (que fue todo un maravilloso descubrimiento)....y John Ford. ¡Su John Ford! ¡Madre mía! y recuerdo hablar sobre El hombre tranquilo, y de decidir verla otra vez, porque yo no sé la de veces que cada uno la habría visto por su cuenta pero daba igual, así que un buen día nos la volvimos a zampar con devoción compartida. Y Kiarostami, y Woody Allen, de los que unos preferíamos unas y otros, otras pero al final había acuerdo, y de Rohmer, otro del que también nos vimos una cuantas en aquellos 90: que si El rayo verde - muy bonita pero mucho más aún, me parece, la novela, que leerla de primeras, sin saber nada, sin conocer la película, debe ser una maravilla, digo yo, y conociendo la película, también- que si los Cuentos, que se prestaban a la elección con aquello de las estaciones. Recuerdo Cuento de invierno, los personajes me parecían espantosos, por momentos eran más y más insoportables y, sin embargo, la película era tan alegre y tan bonita que se te olvidaba lo mal que te caían. Y más cuentos, está también en mi memoria una tarde que Guillermo apareció por casa con una película de un director japonés, Ozu, yo no lo conocía, la película era Cuentos de Tokio, qué preciosidad.





Ya no veo cine. Se llevaron las salas a las afueras, a los centros comerciales. ¡Puf! Y las poquísimas que dejaron sólo aguantan las películas unos días. Y el estrés de la puñeta. Tampoco me han vuelto loca las pocas películas que he visto de los últimos tiempos, en realidad de hace varios años, pero hay cosas que están muy bien. Ea, estaría bien volver a la antigua pasión. No lo entiendo, hay épocas, a veces enormemente largas, en las que, y hablo por mí, se abandona el leer, el escuchar música, el cine o lo que sea. La verdad es que todo esto forma parte de la vida, la vida se reduce mucho sin ello: “actuamos como si fuésemos eternos” me dijo un día Alfonso, ya sé que me pongo demasiado trascendente pero es la frase que me ha venido a la cabeza, yo me creo que en cualquier momento voy a sacar tiempo y voy a “ponerme al día” con todas estas cosas. ¡ Jolines, sí!

Un día le dije a Guillermo: “Hazme una lista de los diez libros, los diez discos y las diez películas que más te han gustado” y pensé en hacer lo mismo con el resto de amigos. Creo que voy a reducir el número a cinco, la selección será magnífica, eso ahorra mucho y es un disfrute compartir lo que más han disfrutado ellos.

Pues este mes de julio vino a la ciudad. Y fui a verlo a casa de nuestros familiares; llegué tarde y con sueño, él atendía sus quehaceres y yo hojeaba un catálogo que había traído de una exposición que había visto en Madrid. Me llamó la atención una pintura, el rostro allí plasmado, y se lo dije, y entonces empezó a hablarme del autor, y luego de otros, y lo mismo saltamos de la pintura a la literatura que al revés, y yo le preguntaba y me sintetizó fantásticamente bien el naturalismo, el costumbrismo y otros movimientos artísticos. Mientras él hablaba yo recordaba (ya se me ha vuelto a olvidar), asimililaba cosas nuevas y seguía preguntado. Hablábamos como la gente lo hacía antes, sin prisas, plácidamente.



                                         Fragmento de «San José carpintero», Georges de La Tour


- ¿Te quedas a comer?
-  Sí. 

Y, ¡Madre de Dios!, ¡para qué hablaríamos de política! Discutimos y discutimos, pero yo no podía discutir, él me decía que argumentara, y mi cabeza, entre la cerveza, la comida y el sueño, estaba embotada, él sí estaba espabilado, bastante. Bueno, discutíamos pero al final queríamos lo mismo.





Seguimos con la discusión más o menos, está bien salirse uno de su cabeza, otros puntos de vista, está bastante bien.

Volvió en el otoño, trajo regalos para todos y salimos a merendar por ahí. Hablamos de música y de conciertos y yo me acordé de la narración que él, una tarde de vaya usted a saber cuándo, realizó, una narración que se me quedó grabada. Se trataba del concierto que los Rolling dieron en Madrid en 1982, lo contaba con entusiasmo, con emoción en la voz y con brillo en los ojos y decía que era una tarde que amenazaba tormenta, una gran tormenta, y que la tormenta cayó, y que le pilló ya a todo el mundo en el estadio: cortinas de lluvia, gente por todas partes eufórica, rayos y truenos violentos, una luz fabulosa, sí, eso decía, el cielo espectacular y el escenario allí en medio, y cada cual, y eran muchos, cobijándose dónde podían o calándose directamente hasta los huesos. Y el concierto no se suspendió, en medio de aquella luz espectacular y bajo aquel cielo, aparecieron Los Rolling. Decía que no se le olvidaría jamás, que no había visto cosa igual en su vida, que el conjunto era sublime. Se lo recordé.
  • ¿Tocaron alguna del Aftermath? - le pregunté.
  • Sí, comenzaron el concierto con...
  • ¡¡¡No me digas!!!