Pues en aquel salón en una esquina estaba el frigorífico y en otra
la tele.
Me chiflaba el cine, no es que me gustara, es que me chiflaba: las
comedias, los dramas, los musicales, todo.
A mi padre también le gustaba y había visto bastante cine así que
cuando ponían una película por la noche, que entonces sólo había
dos cadenas, pues muchas veces las había visto ya. Y esto era
importante para mí porque en aquellos tiempos las películas eran
calificadas con un rombo las que eran para mayores de catorce años,
con dos rombos para los mayores de dieciocho años y el resto para
todos los públicos.
Y yo tendría ocho, diez, doce años. Una jodienda.
Mi padre me dejaba ver aquellas que él consideraba que no tenían
problema. Las de un rombo era prácticamente seguro que las iba a
poder ver, no así con las de dos rombos, ahí me la jugaba y
esperaba expectante, pero mucho, a ver que iba a pasar conmigo la
noche de turno. Él lo sabía y me dejaba ver bastantes pero alguna
vez no:“no, ésta no, ésta no, ya verás otra...” Y recuerdo
llorar de la emoción cuando el resultado era un sí. ¡Madre mía!
¡Qué exageraica era! ¡Menudo trabajo tendría el pobre para
decirme que no!
Y luego, ¡a disfrutarlas! Comentábamos las escenas, nos reíamos y
de vez en cuando hacía comentarios de los directores y de los
actores. Y yo por aquellos entonces, cuando me preguntaban qué
quería ser de mayor, ¿qué iba a querer ser?: ¡pues actriz!
No recuerdo el momento en que nos conocimos, hablo de Gillermo, no de
mi padre (perdón por la tontería). El primer momento que recuerdo
de su persona fue bañándonos en una piscina una tarde de verano de
hace muchísimo tiempo, yo tenía diecinueve años y charlabamos
dentro del agua. Como yo no hacía pie estaba subida en una hilera de
boyas intentando de todas las formas y movimientos posibles mantener
el equilibrio a la par que hablábamos de esto y de lo otro. Estaba
estudiando cine y entre sus proyectos estaba el dirigir cortos y
películas:
- ¿Me vas a sacar en una película? - le pregunté sin poderme resistir.
- Sí - me contesto.
Y ya no pudimos seguir la conversación porque, definitivamente,
perdí el equilibrio (y en qué momentito) y me caí de espaldas,
hacia atrás, dándome un capuzón de lo más ridículo. Ay, señor.
Bueno, mientras estaba completamente sumergida en el agua me dio
tiempo a que me diera vergüenza salir y a pensar en la cara con la
que me encontraría a Guillermo cuando toda yo emergiera: “Ya
veremos la cara que tiene éste ahora...”
Pues no, no se estaba riendo, tampoco estaba serio, estaba natural,
educado, y yo le agradecí en mis adentros que no se riera de aquella
escena que no era para otra cosa. Ahora sí que me río y, cuando
alguna vez lo hemos comentado, él también, pero en ese momento, no,
no se rió. Y seguimos con lo de la película pero no me acuerdo.
Cómica, desde luego, digo yo que pensaría él y pienso yo, habría
tenido que ser una película cómica a tenor de aquellos hechos.
Bueno. Luego nuestras familias veranearon en el mismo lugar, en El
Pequeño Azul, y allí nos veíamos después de cenar que quedábamos
para ir a bailar. No lo baílabamos todo, éramos un poco sibaritas
pero desde luego, antes o después saltábamos a la pista; en el
fondo esperábamos que el DJ pusiera a Bowie o a Madness, cuando
escuchábamos los primeros sones nos faltaba tiempo para subir a
aquella pérgola que hacía de pista de baile.
Y luego vinieron tiempos difíciles, complicados, y pasaron
temporadas muy largas de todo tipo. Algunas temporadas vivía en la
ciudad y otras no pero antes o después acabábamos viéndonos, junto
con Moh y con Jazmín, fuera donde fuera. Y sigue siendo así.
Y
hemos visto películas juntos, muchas, de todos los géneros y de
todas las épocas y de directores muy diferentes. Veíamos esto y
veíamos lo otro pero de vez en cuando nos dábamos el gusto de un
superclásico, ahí no había problemas para decidir qué se veía
aquella tarde: Howard Hawks, Lubitsch (que fue todo un maravilloso
descubrimiento)....y John Ford. ¡Su John Ford! ¡Madre mía! y
recuerdo hablar sobre El
hombre tranquilo, y
de decidir verla otra vez, porque yo no sé la de veces que cada uno
la habría visto por su cuenta pero daba igual, así que un buen día
nos la volvimos a zampar con devoción compartida. Y Kiarostami, y
Woody Allen, de los que unos preferíamos unas y otros, otras pero al
final había acuerdo, y de Rohmer, otro del que también nos vimos una cuantas en aquellos 90: que si El
rayo verde - muy
bonita pero mucho más aún, me parece, la novela, que leerla de
primeras, sin saber nada, sin conocer la película, debe ser una
maravilla, digo yo, y conociendo la película, también- que si los
Cuentos,
que se prestaban a la elección con aquello de las estaciones.
Recuerdo Cuento de
invierno, los
personajes me parecían espantosos, por momentos eran más y más
insoportables y, sin embargo, la película era tan alegre y tan
bonita que se te olvidaba lo mal que te caían. Y más cuentos, está
también en mi memoria una tarde que Guillermo apareció por casa con
una película de un director japonés, Ozu, yo no lo conocía, la película era Cuentos de Tokio, qué
preciosidad.
Ya no veo cine. Se llevaron las salas a las afueras, a los centros
comerciales. ¡Puf! Y las poquísimas que dejaron sólo aguantan las
películas unos días. Y el estrés de la puñeta. Tampoco me han
vuelto loca las pocas películas que he visto de los últimos
tiempos, en realidad de hace varios años, pero hay cosas que están
muy bien. Ea, estaría bien volver a la antigua pasión. No lo
entiendo, hay épocas, a veces enormemente largas, en las que, y
hablo por mí, se abandona el leer, el escuchar música, el cine o lo
que sea. La verdad es que todo esto forma parte de la vida, la vida
se reduce mucho sin ello: “actuamos como si fuésemos eternos”
me dijo un día Alfonso, ya sé que me pongo demasiado trascendente pero
es la frase que me ha venido a la cabeza, yo me creo que en cualquier
momento voy a sacar tiempo y voy a “ponerme al día” con todas
estas cosas. ¡ Jolines, sí!
Un día le dije a Guillermo: “Hazme una lista de los diez libros,
los diez discos y las diez películas que más te han gustado” y
pensé en hacer lo mismo con el resto de amigos. Creo que voy a
reducir el número a cinco, la selección será magnífica, eso
ahorra mucho y es un disfrute compartir lo que más han disfrutado
ellos.
Pues este mes de julio vino a la ciudad. Y fui a verlo a casa de
nuestros familiares; llegué tarde y con sueño, él atendía sus
quehaceres y yo hojeaba un catálogo que había traído de una
exposición que había visto en Madrid. Me llamó la atención una
pintura, el rostro allí plasmado, y se lo dije, y entonces empezó a
hablarme del autor, y luego de otros, y lo mismo saltamos de la
pintura a la literatura que al revés, y yo le preguntaba y me
sintetizó fantásticamente bien el naturalismo, el costumbrismo y
otros movimientos artísticos. Mientras él hablaba yo recordaba (ya
se me ha vuelto a olvidar), asimililaba cosas nuevas y seguía
preguntado. Hablábamos como la gente lo hacía antes, sin prisas,
plácidamente.
Fragmento
de «San José carpintero», Georges de La Tour
- ¿Te
quedas a comer?
- Sí.
Y, ¡Madre de Dios!, ¡para qué
hablaríamos de política! Discutimos y discutimos, pero yo no podía
discutir, él me decía que argumentara, y mi cabeza, entre la
cerveza, la comida y el sueño, estaba embotada, él sí estaba
espabilado, bastante. Bueno, discutíamos pero al final queríamos lo
mismo.
Seguimos con la discusión más o menos, está bien salirse uno de su
cabeza, otros puntos de vista, está bastante bien.
Volvió
en el otoño, trajo regalos para todos y salimos a merendar por ahí.
Hablamos de música y de conciertos y yo me acordé de la narración
que él, una tarde de vaya usted a saber cuándo, realizó, una
narración que se me quedó grabada. Se trataba del concierto que los
Rolling dieron en Madrid en 1982, lo contaba con entusiasmo, con
emoción en la voz y con brillo en los ojos y decía que era una
tarde que amenazaba tormenta, una gran tormenta, y que la tormenta
cayó, y que le pilló ya a todo el mundo en el estadio: cortinas de
lluvia, gente por todas partes eufórica, rayos y truenos violentos,
una luz fabulosa, sí, eso decía, el cielo espectacular y el
escenario allí en medio, y cada cual, y eran muchos, cobijándose
dónde podían o calándose directamente hasta los huesos. Y el
concierto no se suspendió, en medio de aquella luz espectacular y
bajo aquel cielo, aparecieron Los Rolling. Decía que no se le
olvidaría jamás, que no había visto cosa igual en su vida, que el
conjunto era sublime. Se lo recordé.
- ¿Tocaron alguna del Aftermath? - le pregunté.
- Sí, comenzaron el concierto con...
- ¡¡¡No me digas!!!