domingo, 19 de marzo de 2017

Verde y blanco






 - El puente de San José podríamos aprovecharlo e ir a alguna parte - dijo algún yoni.
Quien fuera tenía pensado Dublín.
- Entonces, ¿Irlanda?

Cogimos el avión desde San Javier, estaba todo lleno de giris .
Aterrizamos.
Y nos fuimos a dar una vuelta.







Y allí había un lío de mil demonios.


Verde: la gente vestía de verde, iba pintada de verde, los adornos eran verdes, aquello era una gran masa verde.
Era la festividad de St. Patrick, y yo no sé los demás, pero me parece que estaban igual de atontados y alucinados que yo, que yo supiera nadie sabía que nos íbamos a encontrar con aquello, pero así fue: ríadas y ríadas de gente y tréboles por todas partes, un follón de miedo.


Pues nos apuntamos, despistados y atontados pero nos apuntamos, o nos apuntaban, las dos cosas, porque allí te paraban y te tatuaban un trébol o te pintaban la cara en menos que canta un gallo.

El escándalo era muy considerable, en algunos momentos magnífico: sonidos de todas clases por aquí y por allá yuxtaponiéndose y fundiéndose: una carroza llevaba una música, y la siguiente, otra, y a todo volumen, a todo, y no te daba tiempo a discriminar. Estaba muy bien.


Pasamos por bastantes establecimientos abiertos, los extranjeros comprábamos recuerdos.

- ¿A dónde vas?
- A la tienda esa, me apetece tener una camisesta.
- ¿De esas de souvenir?
- Pues sí.

Y me compré una camiseta de Leprechaun y tréboles.

Y llegó la noche y nos fuimos al albergue.
Entonces las tres fumábamos y nos salíamos fuera a la puerta a fumar un cigarro, y ¡qué frío hacía! ¡qué frío! Tiritábamos, pero todo fuera por echar un cigarro, que no sólo es nicotina, sino pararte un poco, no sé muy bien a qué, sola o con compañía.

El lugar era bonito, había mucha madera, y los huéspedes eran bastante más jóvenes que nosotros y su noche era muy joven y bajaban por aquellas escaleras haciendo temblar los techos bajo los que dormíamos. Parecía que de un momento a otro alguna tabla se iba a quebrar. Recuerdo depertarme y ver a Yona despierta, y a Yonia también, y pensar en qué hacíamos y escuchar a los Yonis en la habitación de al lado hablar, estábamos todos despiertos, bien despiertos y aguantamos, y al final Yon se fue a hablar con el recepcionista, y la cosa no se calmó nada, y entonces volvió a ir, esta vez bastante cabreado, y entonces se calmó algo, no mucho, pero algo.
¿Qué esperábamos de una noche así? Pues no otra cosa, y menos donde estábamos.
Y así fue nuestro primer día.
Por fin pasó la noche y en  el nuevo día la cosa fue más tranquila.






Hacía una tarde preciosa y el paseo hasta llegar a la fábrica Guiness fue de lo que más me gustó, anduvimos mucho y por lugares muy diferentes a lo que habíamos visto hasta ese momento.





Y llegó la noche y había que cenar. Pasamos por varios restaurantes y nos llamó la atención un restaurante georgiano.

- ¿Y aquí...? Éste es georgiano.
  • ¿Meternos en un restaurante georgiano en Dublín?

Miramos en la entrada la carta.
  • No se entiende nada pero tiene buena pinta.
  • Pues vamos a meternos...
Y dicho y hecho.

Estaba en un primer piso y desde la calle se veía coqueto con sus cristaleras hasta el suelo y con sus visillos, tras los que se veían las siluetas de las mesas y la luz, la luz amarillenta pero alegre.

El interior era relativamente grande, no recuerdo bien pero habría quizá quince mesas, no sé. Nos mostraron la carta y pedimos a lo loco porque no sabíamos lo que era nada y cuando vino la comida pues nos la empezamos a comer, y digo nos lo empezamos a comer porque, a todo esto, uno de los dueños del local que servía también las mesas, hizo una llamada de atención a los presentes golpeando con una cuchara un vaso de cristal: el jefe había tenido un hijo por la mañana y nos lo querían anunciar, estaban muy contentos. Pues muy bien, alguna gente que debía conocerlos gritaron con júbilo y aplaudieron y nosotros pues aplaudimos también.

Y entonces corrieron dos o tres mesas de alrededor e hicieron un hueco y quitaron la música y se hizo un silencio. Todos estábamos expectantes. Se quitaron los uniformes, el delantal y demás y empezó a sonar otra música, una música folk y comenzaron a bailar, a bailar como los cosacos, como cosacos, sí.


                     სუხიშვილები   ცდო Georgian National Ballet Sukhishvili   Tsdo

Ni qué decir que estabamos atónitos de ver a aquellos cuatro o cinco hombres bailar de aquel modo, y lo hacían verdaderamente fenomenal. Todos hacíamos palmas a su ritmo.

Y Yon bailaba en la silla. Lo sacaron a bailar y él salió, vaya que sí. Entonces nos hicieron un gesto a los demás de que nos sumáramos, cosa que estábamos deseando hacer pero esperábamos prudentes su invitación. Bueno, salimos; uno a uno fuimos saliendo animando a los otros a que hicieran lo mismo hasta que salimos todos los del grupo. Y, ¿qué hacíamos nosotros bailando con esa música? Pues lo que podíamos. Y entonces la música cambió: visto y no visto retiraron todas las mesas a los rincones e invitaron a todo el mundo a que se sumara, y no tardaron, no, a los pocos segundos estaba todo el bar en pie bailando ¡Boney M!
 



Nosotros nos mirábamos divertidos, sin decir nada, riendo y disfrutando el momento, nadie se acordaba de la sopa y de todo lo demás. Y sonaron más temas de Boney M, de Gloria Gaynor, de Village People, etc. y mientras pasaba todo aquello y pegábamos botes, en uno de tantos giros vi la cristalera y como si de un imán se tratase, me dirigí hacia aquella gran ventana y miré a través del cristal la noche con sus luces. Fue un instante, pasó en muy poco tiempo exterior, me detuve un poco más ahí, y luego volví a sentir a mis amigos y al resto de mis congéneres y la música y todo lo demás, y retomé el baile.

Acabó la música y los jefes nos agradecieron nuestra, no sé, alegría, y nosotros a ellos. Entonces se pusieron otra vez sus uniformes y fueron colocando las mesas en su sitio y en un abrir y cerrar de ojos aquello estaba ordenado y todos tomábamos nuestras sopas.
Un músico con un violín comenzó a tocar. Nada que ver, era triste. Aparecieron nuevos comensales, que no podían imaginar ni de lejos el lío maravilloso que se había formado unos minutos antes. Yo pensé en qué cosas no pasarán en los sitios diez minutos antes de que aparezcamos en alguna parte. Pero nuestro sino, pienso ahora, es vivir los minutos que el universo nos tiene asignados a cada uno, ni los de antes ni los de después.

Y acabó la cena y volvimos a nuestro alojamiento, y por el paseo comentábamos entusiasmados lo que habíamos vivido y yo le decía a Yonia: “ Y...¿cómo le vamos a contar esto a nadie? Y ella se encogió de hombros sonriendo.

Y día siguiente salimos de la ciudad y fuimos de paseo y al mar.




Fuimos a varios sitios de los alrededores y llegamos un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, a comer.
 


Dimos un paseo por un barrio residencial, aunque ya no sé si era el mismo lugar o no. Yona iba completamente entusiasmada mirando y tomando fotos de las especies vegetales autóctonas, deteniéndose aquí y allá, me decía que algunas de ellas sólo las había visto en las fotos de los libros, disfrutaba: “esto es una orquídea no sé qué... y esto un helecho no sé cuántos...”




Por la noche, a la vuelta, dimos un pequeño paseo algo errático, seguía haciendo un frío espantoso y un viento helado del demonio que nos hacía volvernos de espaldas de vez en cuando, las zonas abiertas y las esquinas eran temibles, el viento te hacía andar más deprisa, te empujaba. Y ellos, los irlandeses y las irlandesas, en mangas de camisa, y no eran casos aislados. Parábamos aquí y parábamos allá, haciendo tiempo y en esas entré a un pub un momento, andaban subidos en las mesas, sobre todo las chicas, nos quedamos con ganas de entrar un rato a aquel sitio, habíamos estado buscando algo así pero debíamos ir al albergue, recoger y dormir.



Y llegó el último día. Volábamos por la tarde. Por la mañana paseamos por la calles comerciales de la ciudad. Y esta vez estaban abiertas las tiendas, no las de souvenirs, sino las tiendas, y pasé por una zapatería (la reconocería) y miré el escaparate, y los hice esperar pero es que había zapatos distintos, diferentes a lo que yo conocía porque era una tienda local, quiero decir, de ésas que tiene objetos no globalizados, que llevan la marca de la tierra, así que entré y me compré unos zapatos, y mereció la pena (para mí, claro) porque son mis zapatos de fiestas y ceremonias, los únicos zapatos que puedo llevar horas y horas y con los que se puede bailar todo lo que haga falta. Y encima son bonitos, o a mí me lo parecen, raros pero bonitos.
Me los pongo pocas veces para no gastarlos, los tengo como oro en paño y me recuerdan, además de las cosas vividas aquí, las cosas vividas allí.



                                                                         Seán o duibhir á Ghleanna